Cuando la sombra de la soledad recorre las calles de nuestras ciudades, y el silencio es el gran protagonista de las noches, es evidente que algo ha cambiado en nuestra manera de vivir. El tiempo dirá si el cambio es para bien. Dependerá de cómo lo reciba cada uno de nosotros...
Es tiempo de dolor para todos, pero especialmente para los que sufren en los hospitales o para aquellos que pierden a un ser querido. También es tiempo de dolor para los que se aburren… comparten la tristeza con el aburrimiento. A ellos, a los que se aburren por estar en casa un cierto tiempo, les recomendaría enriquecer su vida interior. No es fácil, pero se consigue. La lectura… la meditación… etc.
Puede que descubran que, no siempre es necesario lo exterior para sentirse bien. Lo que sí está claro, es que a todos, como por sorpresa, se nos ha impuesto un cambio radical en nuestras vidas.
Y nos podemos plantear una cuestión:
¿y no será eso precisamente la finalidad de esta epidemia?
Para los que estamos recluidos en casa, casi nos da igual la hora que sea, porque con este confinamiento, hasta nuestros horarios pueden cambiar ¡qué más da desayunar a las 9 o a las 10! Pongo como ejemplo.
Sí que tenemos una obligación moral solidaria, salir a las 8 de la tarde a nuestras terrazas a aplaudir a nuestros sanitarios y a todos aquellos que trabajan para nuestra subsistencia. Pero por lo demás, vamos relativizando las obligaciones...
¿Dónde están las prisas para llegar quien sabe a dónde?
¿Dónde el nerviosismo de las horas punta?
¿Dónde las broncas porque alguien se coló en el cajero del súper?
¿Dónde el apelotonamiento en los autobuses o en el metro?
¿Dónde… Dónde… Dónde…? ¿Dónde casi todo?
Hemos suspendido buena parte de nuestras costumbres habituales, pero en cambio, el Planeta sigue girando en torno al Sol… Tiempo de reflexión, que nadie se aburra en casa, es una oportunidad para la reflexión. Seguiremos…
Angela Vitali Zarini